Que los tesoros de la tierra no engrandezcan tu corazón
- Naomie Cordero

- 11 jul
- 3 Min. de lectura

En este mundo moderno y acelerado en el que vivimos, es fácil caer en la trampa de querer acumular, lograr y exhibir cada vez más. Muchas veces lo hacemos por la satisfacción de alcanzar metas personales, por responder a las expectativas colectivas e incluso, por mantener la apariencia de éxito ante los demás. Queremos ser admirados, tomados como ejemplo, deseamos que los ojos de otros se posen en nosotros.
Pero aquí es donde debemos detenernos y reconocer que hay una línea muy delgada entre agradecer las bendiciones de Dios y permitir que éstas se conviertan en un motivo de orgullo desmedido. Si no tenemos cuidado, atención y temor de Dios, cruzamos esa línea sin darnos cuenta, desenfocándonos y olvidando lo verdaderamente importante: vivir para la gloria de Dios.
El Señor mismo advierte en su Palabra:
“Guárdate, no sea que te olvides de Jehová tu Dios para cumplir sus mandamientos… y digas en tu corazón: mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza.” (Deuteronomio 8:11,17)
No está mal prosperar ni alcanzar logros; al contrario, la Biblia enseña que Dios se complace en bendecir y prosperar a los suyos. Pero esas bendiciones nunca deben volverse más importantes que el Dador mismo. Porque cuando el corazón se engrandece por lo que posee, termina alejándose de la humildad que agrada a Dios:
“Jehová exalta a los humildes, y humilla a los impíos hasta la tierra.” (Salmo 147:6)
La historia del rey Uzías nos ilustra muy bien este principio. Uzías comenzó su reinado a los dieciséis años con un corazón inclinado hacia Dios. La Escritura lo describe como un hombre que buscó al Señor y prosperó mientras se mantuvo fiel (2 Crónicas 26:4-5). Dios le dio fuerza, sabiduría, fama y victoria. Pero con el tiempo, esos mismos logros llenaron su corazón de soberbia. Creyó que ya no necesitaba depender de Dios y actuó con arrogancia, hasta que su orgullo lo llevó a la ruina (2 Crónicas 26:16-21).
Lo que destruyó a Uzías no fueron sus conquistas ni sus riquezas, sino la intención torcida de su corazón. Permitió que lo que tenía se convirtiera en su perdición. Por eso, el propósito de esta reflexión es invitarte a examinar tus motivaciones y preguntarte:
¿Está alineado mi corazón al plan de Dios?
¿Es Él el centro de lo que hago y lo que logro?
¿O me he dejado seducir por el brillo de lo terrenal, olvidando lo eterno?
El apóstol Pablo también nos advierte:
“No pongan la mirada en las cosas de la tierra, sino en las de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios.” (Colosenses 3:1-2)
Si en algún momento descubres que tu intención se ha desviado, no te quedes allí. Vuelve al Señor. Pídele que te dé sabiduría para disfrutar correctamente de las bendiciones que Él te ha dado, sin que tu corazón se enaltezca. Que no se repita en ti la historia de Uzías. Que los tesoros terrenales nunca engrandezcan tu corazón por encima del temor y la reverencia a Dios. Que todo lo que logres sea para su gloria y no para tu vanagloria. Porque, como nos recuerda la Escritura:
“El que se gloría, gloríese en el Señor.” (1 Corintios 1:31)
Que tu corazón siga siendo humilde, agradecido y dispuesto a reconocer siempre que todo lo que tienes viene de Él y para Él debe ser.


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